viernes, 23 de julio de 2010

New Young Pony Club: ‘The Optimist’ (The Numbers, 2010)



 ( Spotify )

Paranoias de criptóloga frustrada. Al entrar en el Myspace de New Young Pony Club encuentro una imagen de la formación con un cartel sobre sus cabezas que reza “the club is not a playground” (el club no es un patio de colegio). Entonces recuerdo que el primer disco de la banda inglesa se llamaba Fantastic Playroom (Modular, 2007) (la versión indoor de “playground” podría ser “playroom”, sala de juegos); su primer álbum hacía gala de una pose irreverente, descarada y divertida muy teenager. Fue precisamente esta pose la que los encumbró al éxito, sobre todo en las pistas de baile. Y es que con “Icecream” sonando y un par de chupitos resultaba fácil sacar la mamarracha que llevas dentro y sentirte la más guarra de las protas de “Física O Química”. Cuando escucho por primera vez este The Optimist la frase vuelve a mi mente y se convierte en una declaración de intenciones: “the club is not a playground”. NYPC ya no son niñatos, han madurado, se han sofisticado, han perdido a un miembro por el camino (Igor Volk, el bajista) y parecen querer dejar atrás la estela de su primer álbum. Si la maniobra es productiva en términos de beneficios mercantiles quedará por ver. Lo que está claro es que es una evolución tan natural como la vida misma y tan inevitable como la ley de gravedad. El tiempo pasa para todos. Pero hay cosas que son para siempre…



Como el tremendo carisma de Tahita Bulmer, su vocalista. La diva del flúor del electro-rock ha tirado sus camisetas de American Apparel, se ha dejado melena rubia platino y se ha hecho un fondo de armario nuevo a base de tiendas vintage y el Top Shop. Pero sigue siendo una tía con carisma, como hace gala su voz, más responsable de sus actos, más experimental, más cambiante. La serenidad y la presencia que adopta tarareando en “Oh Cherie”, así como la pose diva-heroinómana-rockera de “Rapture” no conocen precedente. Perdura, sin embargo, el aire de confianza, la actitud tirando a prepotente que ya conocíamos de sus anteriores canciones. Y prácticamente ella se convierte en la protagonista del álbum (así como de la portada del disco, sospechoso, ¿no?). Porque “The Optimist”, a pesar de abanderar un giro en el sonido de la formación que resulta atractivo, no contiene ningún verdadero hype, ningún temazo de esos que cuando lo oyes sabes que lo va a remezclar hasta la Abuela DJ. Con algo más de potencia bailable destacan “We Want To”, “Lost A Girl” o el single “Chaos”. A pesar de carecer del aura festiva de los éxitos anteriores, son un buen ejercicio de rock electrificado para pistas de baile indies. “Dolls” mantiene el bombeo de las anteriores pero añadiéndole un toque guateque con los sintetizadores y la pandereta. El resto de canciones de “The Optimist” no tiene nada de optimistas; todo lo contrario. Bajadas de revoluciones en comparación con el ritmo habitual de la banda, parece que Bulmer y sus compañeros se hayan pasado mucho tiempo encerrados escuchando The Cure, Interpol y Joy División y se les haya pegado algo del shoegaze de The XX. Líneas de bajo sobreexpuestas a cajas de ritmos marcadísimas. Y un oscurantismo, un desasosiego y una melancolía sólo comprensible en ese niño que descubre el desengaño de la vida adulta. El fin de la diversión, el principio de las responsabilidades.



Con un poco de suerte, la horda de fans que cultivaron tras el boom de “Fantastic Playroom” también habrá crecido, habrá madurado y ahora la vida le parecerá un poco más mierda, las canciones de “The Optimist” hitazos y lo anterior de la banda una banalidad de moderno gafapastas. De no ser así, puede que NYPC encuentren con este sonido fans venidos de otras influencias, menos electrónicas, más instrumentales, más acústicas. Como el disco. Pero aunque el éxito les dé la espalda con este nuevo álbum, un bravo por Tamita Bulmer, que ha puesto la primera piedra para convertirse en uno de esos iconos pop camaleónicos que tanto venden. Y otro bravo por la banda entera, que ha afrontado su nueva condición vital y la ha trasladado a su música con valentía y sin aferrarse a su dulce pasado. Ahora sólo cabe esperar que aprendan a disfrutar de la vida como lo hicieron antaño, a poder ser, antes del tercer disco.
Mónica Franco.

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